Mi doncella ambulante
Hay una historia que se cuenta en la estación de mi ciudad, acerca de un chico que buscando a una chica encontró un lugar del que se enamoró. Creo que la llaman “La chica del andén”, aunque la verdadera historia es mucho más larga. En realidad no acaba ahí, y lo que ocurrió en medio tampoco fue contado muy bien. Si quieren saberlo deben conocer la historia de otra chica, alguien a quien llamaba mi doncella ambulante.
Ella era una de esas chicas sin hogar fijo que viajaban en busca de nada. Viajar era su aventura en sí, y pasaba por lugares solo para volverse a ir. Le gustaba volar en su imaginación mientras sus piernas corrían en la tierra, con su mirada siempre al frente y su corazón en el cielo. Era de las que preferían quemarse al bailar en el sol a solo sentarse y dejar que la sombra cubriera su cuerpo. Solía cantar al compás de la luna cuando su espíritu se movía al ritmo de la marea. Tenía el mal hábito de llegar de repente a la vida de otros, cambiándola, y así, fugazmente, se marchaba sin dejar rastro. Bueno, siempre quedarán los recuerdos. Pero un día, alguien pudo, también, cambiar la de ella.
La conocí en la estación. Yo era un revisor; ella, una chica con delirios de artista. Yo esperaba por un viaje, mientras ella estaba ya cansada de ellos. Teníamos poco en común, pero quizás eso fue lo que hizo que nos interesáramos en el otro. A veces ella desaparecía; otras, yo parecía demasiado ocupado como para preocuparme por ella. Puede que ya había pasado demasiado tiempo en la estación, y la vida solo estaba transcurriendo sin sentido. Cuando ella llegaba todo se sentía más tranquilo, más colorido; incluso si su presencia era como una tormenta.
Me gustaba ese desorden, me gustaba su libertad. Ella era como el caos, un estallido. Creo que su simple existencia representaba el amor en sí, su alma era poesía y hablaba en versos que nadie comprendía.
Aprendí de ella a no esperar, que podía amar lo que hiciera o que podía hacer lo que amara. Me hizo enamorarme de miles de cosas y, al mismo tiempo, enamorarme de ella. Descubrí que no hay límites para los sentimientos, y que las palabras resultan nuestra única barrera, pero si dejamos de explicar y comenzamos a sentir todo se torna más fácil.
Después de un tiempo dejamos la estación, al tiempo de haber conocido a la chica del andén, a quien, como dice la historia, no quise seguir. Ya para ese entonces estaba junto a mi doncella ambulante, ella fue la mejor compañera de viaje que pude haber tenido.
Estuve con ella por mucho tiempo, y esos años se volvieron capítulos de una historia que no me molesté en contar, quizás porque estuve muy ocupado viviéndola, y poco tiempo recordándola.
Llegados a este punto ya te habrás imaginado como acaba esta historia, y sí, es verdad, lamento decirte que ella está muerta, y mi vida está a punto de llegar a su fin. Escribo esto simplemente porque quiero recordarla una vez más, quizás así pueda morir a su lado. Y, dejando de lado todo eso, quisiera agradecer a la vida porque alguna vez llegue a la estación, porque me permitió encontrarme con ella, y porque ese día tuve el valor de hablarle.
La chica del andén
Él, como muchos otros, llegó a la estación en busca de la chica del andén. Solía decir que cuando la encontrara viajaría por el mundo con ella. Desde su llegada se sentó en el andén, y ahí, esperó.
Estuvo mucho tiempo en ese lugar, pasaron muchos trenes y el en ninguno se montó. Habló con centenares de personas y parece que ninguna era la que buscaba. Diría que él nunca perdió la esperanza, pero no cabe duda de que en algún momento vaciló.
Comenzó a trabajar como revisor al poco tiempo. Era de los mejores que podrías haber visto en ese entonces. Él encajaba perfecto. Los demás revisores llegaron por la misma razón: querían conocer a la chica del andén. Algunos de ellos ya lo habían hecho.
Día tras día él buscaba durante su jornada, seguro soñaba con un día tener éxito. Siempre se esforzó en su trabajo; quizás, hasta lo disfrutaba.
Pasó bastante tiempo, pero un día él la encontró. Habló con ella. Debió haber sido el mejor momento de su vida. Pero, por alguna razón, al llegar el tren; él, no se marchó.
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